Cristina Bendek

Regresar a san Andrés hace que Verónica Baruq cuestione su relación con la isla. Una foto inquietante de sus tatarabuelos y el raro encuentro con Maa Josephine, una anciana raizal a quien conoce frente a la First Baptiste Church, son algunos de los detonantes que empiezan a revelar detalles de sus orígenes. Su pasado no solo la pone en contacto con la desconocida historia de la isla, sino también con los movimientos sociales que, entre zouk y calipso, celebran la identidad raizal, hacen thinking rundowns, resisten. Esta obra fue ganadora del Premio de Novela Elisa Mújica 2018 de Idartes y Laguna Libros. Coedición digital de Laguna Libros - eLibros.

Los cristales de la sal

Laura Dobie

La identidad sanandresana es una identidad en construcción, como todas, es un error pensar que es algo determinado, pensar asi es negarnos lo complejos, lo humanos, que somos. Quizá uno no cambia nunca realmente, sino que aprende a expresar otras partes de sí mismo. Pero hay que dejarnos sentir.

Después de asegurar la bicicleta a una palmera, me tiré al agua sin mirar hacia los lados, jump! Asusté a los pececitos que nadaban cerca de la superficie. El mar fresco me abraza, nadar, nadar y seguir nadando, buscar refugio.

En el mundo apenas un puñado de personas maneja los grandes volúmenes de capital. La pequena cantidad al alcance de los ladrones de calle es insignificante, las sumas que de verdad rompen los ciclos de pobreza no se llega a punta de miradas rayadas ni de intimidaciones primitivas. Hay gente que tiene ventajas, sí, hay que aprender, aprender y desaprender demasiadas cosas para competir, para ganarle a esa tendencia de que las pieles más blancas son las más afortunadas.

Todos bajo la misma presión estamos en esta isla que llora y baila, y somos más que piel. Abstraídos en el ritmo, pienso, somos como la sal que compone los mares, hervidos al calor de una Historia que ha sido tan ácida como un vinagre que cura heridas. Se me desvanecen las vaguedades, sé que en este vientre enorme somos como cristales de sal, refractarios, luminosos, espejos los unos de los otros.

Por aquí desfilaba yo, me recordé con un triángulo, platillos o un xilófono, los hombres con redoblantes y bombos, tocando ese ritmo en el que, al menos un día, todos en la isla, sin importar el origen, el color o la religión, nos movemos en el mismo tono y con el mismo rụmbo.

Volver al Caribe es vivir toda una crisis espiritual.

Todo puede quedarse así. Debería aparecer el genio de la lámpara maravillosa para que con un deseo lustrara toda la casa y le reconociera su resistencia comprándole más tiempo todavía.Yo no seré ese genio por ahora, prefiero verla así, saber sus mañas, descubrirla otra vez.

Los colores son iguales que hace años, las profundidades no han cambiado y los bancos de algas parecen no haberse movido un centímetro, el sol refleja visos multicolores en las mismas franjas de turquesas, zafiros y lapislázulis, un tesoro redescubierto me hipnotiza.

Después de un tiempo, de un cierto número de contactos y de rutinas diarias, cualquier lugar comienza a sentirse como un pueblo, por más grande que sea.

Los cristales de la sal

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