Eleanor Rigby

Adrián nunca creyó que el destino pudiera estar escrito hasta que una chica misteriosa redactó el suyo en clave de sol. Ahora, convertido en una estrella internacional gracias a su grupo de música indie, procura encontrar sin éxito lo que le falta en el dinero, el abrigo de las fanáticas y sus amigos incondicionales: la magia de esos ojos tristes que espera que algún día le devuelvan la mirada, y con los que está a punto de tropezar por segunda vez… de forma completamente inesperada.

Lucía creía que no había camino, que este se hacía al andar; pero son muchos los senderos que ha recorrido y nunca llega a ninguna parte. Ni su caravana de recuerdos amargos ni su corazón errante arraigan en ningún sitio, ¿y dónde iba a hacerlo, si aquel encantador desconocido de sonrisa atrapasueños le robó su estrella, su guía, en el primer y último encuentro fortuito?

Lo que jamás habría imaginado es que ella también le habría arrebatado algo a él, y que no podrá escapar de nuevo sin devolvérselo.

¿Serán suficientes un acuerdo profesional, una semana de convivencia y la noche que vivieron años atrás para que Adrián pueda convencer a Lucía de que el destino de él y el camino de ella siguen la misma estela?

Sigue mi voz

Anna Stewart

—¿Qué dices? Yo no alcancé nada. Él vino a mí con una guitarra, ¿recuerdas?

—Y con un amplificador —aceptó Adrián, risueño—. Se lo debo todo. Sin él, mi estrella no habría cantado para mí y yo no habría podido seguir mi voz.

—¿Cuál si no? La voz que me dio para gritar su nombre.

—Tú te encargas de la gasolina y yo de mantenerlo limpio. El ambientador corre de mi cuenta.

—Yo lo llevaré al mecánico a la menor avería.

—Más te vale. Yo no me subo a un coche jodido.

—¿Que no? Con lo que te gusta a ti ir cuesta abajo y sin frenos.

—Me gusta —aceptó con una sonrisa—, pero porque estás tú para pararme los pies cuando quiero acelerar.

—A lo mejor ya no te los quiero parar. A lo mejor no te los paro nunca más.

—Entonces te empezaré a querer por darme alas. O por tener el valor de matarte conmigo. Si conduces tú, seguro que, en vez de estrellarme, alcanzo el estrellato.

Por primera vez desde que volvió a verla, la besó en los labios con paciencia, porque por fin veía con claridad que no iba a desvanecerse como en sus pesadillas más frecuentes. Solo rompió el beso para engullirla en un abrazo, el único espacio en el que le permitiría desaparecer durante el tiempo que quisiera.

Entonces recordó sus propias palabras. Pensó en lo poderosa que era la certeza de que abrazaría a una mujer hasta la muerte. Del riesgo que entrañaba saber algo como eso y la responsabilidad que debía tener para no cometer la locura de dormirse entre unos brazos. De lo terrorífico y excitante que era no ver desde la tierra el alcance de sus sentimientos.

Y tal y como siempre sospechó, fue la experiencia más pura imaginable. 

—Creo que sabes que eres afortunado cuando le deseas a los demás lo mismo que tú tienes. Y a mí me ha costado verlo, pero me he dado cuenta de que quiero que todo el mundo se sienta como yo; como tú me haces sentir a mí. Dure lo que dure. Eso ya no me importa. Me lo cantaste la primera vez de parte de Juan Luis Guerra: es mejor vivir un día contigo que vivir mil años sin tu abrigo. Si me quieres hasta mañana, bien. Si me quieres hasta que me muera…, mejor. Pero no es lo importante, porque sabes convertir un día en una eternidad. Contigo cada hora es valiosa y cada abrazo que me das me recuerda lo mucho que me he perdido y lo mucho que me haces ganar.

Escuchándola cantar por primera vez supo que una parte de sí la adoraría eternamente. Escuchándola ahora, por y para él, con todo lo que eso significaba —un adiós a su dolor—, confirmó lo que ya sabía. Y se preocupó por si no inmortalizaba el momento con el suficiente detalle para reproducirlo, como si de su película preferida se tratase, en vidas venideras.

Cuando tuvo la certeza de que no la interrumpiría, comenzó a cantar suavemente con esa voz que nunca había olvidado. 

Si la nostalgia podía ser un sentimiento positivo, Adrián no lo supo hasta que Lucía lo transportó a la primera vez que tuvo el privilegio de escucharla. Rememoró la exacta sensación que lo aturdió ese día, ya dos años atrás: el agudo dolor en el pecho, consecuencia de un flechazo mortal, y el prolongado estremecimiento que le dejó el vello erizado.

«Esta canción es para ti. Sigue mi voz, Lucía». 

La canción que interpretó en el Bohemia era para ella. Igual que la que cantó en la calle. Igual que la que tocó ante miles de personas en el Palau Sant Jordi. Había gritado esa petición al micrófono en cada concierto que había hecho, esperando encontrarla entre la gente. Esperando que lo escuchara allí, o en la radio, o en alguna otra parte, y siguiera su voz hasta encontrarlo. 

«Esta canción te pertenece. Aquí estoy, Lucía; si aún te la sabes…, sígueme».

Lo mejor era que la letra no trataba sobre ella, trataba sobre él. Sobre lo que él sentía y quería decirle. De que era el nuevo George Harrison y ahora vendría el sol, bajo el que girarían y gritarían, de que cogería sus canciones tristes y las haría mejor. Y ya sin referencias a Los Beatles, le pedía que siguiera su voz a través de las pesadillas.

A través de las imágenes, de la manera en que estaba el vídeo montado, Lucía descubrió quién era a ojos de Adrián. Se dio cuenta de que no la veía como un personaje gris oscuro, sino como algo precioso y artístico. Una musa sin idealizar cuyas imperfecciones plasmaba con todo el respeto que ella se había faltado siempre.

—Desde que he descubierto que serlo no me va a matar. Me gusta más elevarme con la ingenuidad que hundirme con el pesimismo.

—Siempre he pensado que ser pesimista es más inteligente. Hay que estar preparado para lo peor.

—Yo también pensaba así. Pero llega un momento en la vida del pesimista en que, aunque las cosas le salgan bien, sigue insatisfecho. No hay nada peor que desconfiar incluso de las cosas bonitas que la vida te regala.

De hecho, eso era algo que le decían muy a menudo. Que se hiciese el duro. Pero Adrián no necesitaba hacerse valer diciendo que no. Podía reivindicar su valía de miles de maneras diferentes y en ninguna de ellas tendría que privarse de lo que de verdad deseaba hacer. ¿Por qué decir que no cuando se quería decir que sí? ¿Por una especie de norma invisible pero socialmente aceptada que obligaba a la gente a esconderse de sus propios sentimientos? Si a él le gustaba gritar lo que sentía, pues lo haría. Estaba enamorado y no le daba miedo.

Adrián la asociaba a la tristeza, a las letras que mencionaban las lágrimas, y deseaba que eso cesara. Deseaba que tuviera que renovar su repertorio musical a la hora de dedicarle una canción. Y para eso tendría que demostrar que estaba preparada para lo bueno, que el tiempo en el infierno y purgando su culpa, sus manías y redimiendo sus errores había terminado. 

Y terminaría. Terminaría muy pronto, porque como él mismo cantó… 

No quería perderlo ni ser ella la perdida.

Adrián la quería y estaba tan acostumbrado, tan hecho a la idea, que supo en ese preciso instante que arrancársela del corazón le costaría la propia vida.

Adrián decía la verdad sobre su alma y nadie podía esconderse de ella, porque era inmensa e irresistible. 

Adrián estaba cantándole esa canción y parecía que llevara haciéndolo toda la vida. Cualquier cosa que hiciera, desde tocar una guitarra hasta desnudarla despacio, la reproducía como si hubiese nacido para ello.

Lucía no podía apartar la vista de él. La había hechizado. Ya lo hizo cuando lo vio por primera vez, porque Adrián no destacó al ponerse a tocar en mitad de la calle sin amplificador. Lucía no lo vio porque se notara. Lo vio porque tenía que verlo, porque desprendía un magnetismo innegable, porque resplandecía como un ángel sin aureola ni alas, pero tocaba así porque Dios en persona le dio un don. Porque lo hacía todo fácil.

Lucía conocía la canción. Era una de las más famosas del grupo y, al ser ella de las que se obsesionaban con una concreta y la reproducían hasta el aburrimiento, tenía tan rayada la letra que podía recitarla de memoria. Pero aun habiéndola escuchado tantas veces que la desgastó, interpretada por Adrián sonaba diferente. Sonaba nueva. Sonaba suya. Sonaba de ellos… Porque la cantaba por ellos. La letra era ahora una declaración de intenciones, un toque de atención y un recordatorio de unos sentimientos que Lucía se moría por abrazar.

Lucía miró a Tali con los ojos muy abiertos. Ella le sonrió y asintió, como queriendo decirle que sí, que estaba pasando de verdad. Que, como había soñado tantas veces, un público la llamaba. No exactamente como le habría gustado en el pasado, porque Lucía creyó que la alabarían como cantante y no como inspiración, pero de alguna forma le pareció mucho más conmovedor que la amaran a través del amor de otra persona.

Adrián podía querer a sus fans. A ella, en cambio, la amaba. Era la única persona en el mundo por la que ignoraría a quienes le acomodaron en su actual estilo de vida; la única persona por la que soltaría la guitarra y se largaría sin terminar una canción. Y todos eran conscientes de ello. Por eso era un líder fascinante para los oyentes, porque sabían que eran unos privilegiados, que Adrián podría estar en ese momento en otra parte, con ella, y sin embargo estaba allí.

A lo mejor no estaba enamorado de su gremio ni de sus fans, pero estaba enamorado de su vida y eso se le podía ver en la cara.

Es que es imposible no amar a Ricci. 😍

La conmovía con su dulzura infantil, con su ingenuidad, con esa filosofía infravalorada con la que los sorprendía a veces y, ahora, con su preocupación. Charles Chaplin tenía razón: se necesitaba un minuto para notar a una persona especial, una hora para apreciarla, un día para amarla, una palabra para herirla…, pero luego toda una vida para olvidarla.

Omgggg necesito un Adrián en la vida, no me voy a cansar de decirlo. 🥺💟

—Me ha costado menos convencerte que la primera vez.

—La primera vez eras el ladronzuelo que se quedó mi canción.

—¿Y qué soy ahora? —Ladeó la cabeza. 

—Tuyo, entre otros adjetivos que no dependen de ti.

—Quiero a la gente incondicionalmente —afirmó, encogiéndose de hombros—, y querer sin condiciones significa nunca echar en cara el amor que se da.

Adrián cortó la melodía que estaba tarareando en cuanto la vio. El pecho de Lucía se llenó de calor al ser cómplice de su compartido entusiasmo, tanto que se preguntó cómo su corazón habría sobrevivido a dos semanas sin latidos.

Pocas veces uno se encuentra con historias que valen la pena. No solo porque te enamoran con sus palabras, con sus personajes (increíbles, por cierto), porque te hacen reír o te hacen llorar (que también) sino porque te hacen pensar. Hacen que te cuestiones muchas cosas o que empieces a ver con ojos diferentes muchas otras. Eso es este libro para mí. 

Me hizo reflexionar sobre mí misma, sobre mi vida... Y me hizo dar cuenta de que la voz que tengo que seguir, más allá de todas, es la mía propia.   

Adrián y Lucía son, para este punto, mis padres. Los he adoptado como tales porque sí y punto, no necesito razones. Pero son también dos lados míos, que pienso que todos tenemos y que la autora retrató perfectamente. La positividad y negatividad de cada uno y es increíble ver cómo afecta cada posición a una persona diferente. Como nos cambian y transforman. 

Sin ir más lejos, uno de los mejores libros que leí este año (que no fueron pocos). Está lleno de una historia de amor bien contada, encrucijadas del corazón, personajes encantadores y brillantes, porque cada uno brilla con su propia luz, y mucha música. Para el que esté dudando en si leerlo o no, háganme caso: léanlo. 

¡Maravilloso! Mil estrellas. ⭐

Pocas veces uno se encuentra con historias que valen la pena. No solo porque te enamoran con sus palabras, con sus personajes (increíbles, por cierto), porque te hacen reír o te hacen llorar (que también) sino porque te hacen pensar. Hacen que te cuestiones muchas cosas o que empieces a ver con ojos diferentes muchas otras. Eso es este libro para mí. 

Me hizo reflexionar sobre mí misma, sobre mi vida... Y me hizo dar cuenta de que la voz que tengo que seguir, más allá de todas, es la mía propia.   

Adrián y Lucía son, para este punto, mis padres. Los he adoptado como tales porque sí y punto, no necesito razones. Pero son también dos lados míos, que pienso que todos tenemos y que la autora retrató perfectamente. La positividad y negatividad de cada uno y es increíble ver cómo afecta cada posición a una persona diferente. Como nos cambian y transforman. 

Sin ir más lejos, uno de los mejores libros que leí este año (que no fueron pocos). Está lleno de una historia de amor bien contada, encrucijadas del corazón, personajes encantadores y brillantes, porque cada uno brilla con su propia luz, y mucha música. Para el que esté dudando en si leerlo o no, háganme caso: léanlo. 

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