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Es sorprendente lo mucho que me ha removido este libro por dentro, a pesar de ser una relectura. "Esa sencilla palabra" habla de la muerte, del duelo que persiste tras ésta, de la incapacidad humana que sufrimos al no poder aceptar que esa persona se ha marchado. El libro insiste en una idea que, casualmente, mi madre me ha repetido a lo largo de toda mi vida: la transmigración de las almas. Cómo el alma de una persona puede residir en cualquier otro ser vivo u elemento del mundo, aunque ya no esté físicamente en él. Lo siento mucho por aquellos que no crean en ella, pero yo sí. Creo en esa mariposa que se posó aquel día encima de mí, porque era mi tía viviendo tras su muerte. Creo que sus cenizas llegaron a la otra parte del mundo cuando las tiré al mar. Creo que aquel pueblecito de costa es mi otra tía, convertida en una persona que ya no tiene cáncer. Y creo también que aquella luz que entra por la ventana, de buena mañana, es mi abuela, al igual que la luz del atardecer. Creo que la muerte nos roba mucho, pero no todo. Siempre quedará algo de alguien que formará parte de ti. Siempre habrá algo que te recordará: "no se han ido del todo", mientras tú las buscas entre las nubes de un cielo que no entiende de transmigración, almas, o despedida alguna.